Desde hace semanas aparecen en los medios unas imágenes muy recurridas: jóvenes violentos destrozando mobiliario urbano en aras de unos ideales que a la mayoría de la acomodada ciudadanía parecen ya lejanos en el tiempo, casi de 1968.
Desgraciadamente, la verdadera mala noticia no es el comprometido vandalismo creciente en ciudades como Barcelona o Atenas, sino el amoldamiento de la población a las tesis gubernamentales concernientes a la seguridad del Estado y, por ende, de los individuos. Dichas tesis no son más que los invisibles hilos del polichinela que es la chusma dirigida y manipulada por quien está situado por encima incluso de la justicia social. Mamado en la escuela y al calor del buen hogar burgués, el principio de seguridad nacional está peligrosamente arraigado en la conciencia popular, llegando al punto de cegar al creyente más allá de toda lógica humana. Estos fanáticos, enardecidos por la propaganda vertida en el sistema educativo y en la televisión (últimamente, las dos únicas fuentes de “conocimiento”), satanizan a quienes se han levantado del sillón y realizan su revolución en las calles, tras los contenedores en llamas. Estos amantes de la seguridad, que les avala el estatus de propietarios mientras no cambie el modo de concebir la sociedad, se han dejado corromper como Esaú y han ofendido, con ello, a su propia inteligencia. A los demás, a nosotros, nos ofenden en cuanto que existen, y por ello deberían ser eficazmente re-educados por los miembros libres de esta sociedad esclava o aislados en un gulag.
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