lunes, 28 de abril de 2008

La juventud revolucionaria

Se suele decir que los revolucionarios son jóvenes idealistas que no saben bien qué es la vida y que, por ello, se embarcan en las más curiosas cruzadas, como podrían serlo el movimiento zapatista o la causa ingusha. Quienes así opinan suelen añadir que, una vez pasada la treintena, y mientras no se sufra el complejo de Peter Pan, todos esos revolucionarios y justicieros se acomodarán a la triste y saboría mediocridad de la sociedad, a su rutina y a un trabajo que seguramente odiarán.

A mí me han predicho ese futuro: una vida cómoda, un empleo bien remunerado y una familia de película romántica americana. Abandonaré mis sueños quijotescos, mis ideales de justicia universal, mis pensamientos utópicos y demás basura extraída de libros que jamás adornaron ni adornarán las estanterías de El Corte Inglés. Huiré de la agitación que produce el conocer de nuevos problemas y crisis sociales y me acurrucaré en mi mullido sofá para encender el televisor y sufrir ‘de verdad’ con mi equipo de football favorito. En resumidas cuentas: aceptaré la imposibilidad de solucionar nada de lo que verdaderamente importa.

Yo, aquí, ahora, y sin saber qué será de mí dentro de cinco, diez o quince años, digo que NO, que no me dejaré arrastrar por la incredulidad de la gente hacia los héroes, mártires y demás ciudadanos comprometidos con revoluciones que merecen la pena; que no me apoltronaré bajo la excusa de la dificultad o cuasi imposibilidad de variar algo el curso de la Historia; que no abotargaré mi conciencia hasta el extremo de no sentir como mías las miserias que sufren los acallados.

Tan sólo espero no equivocarme.


Guy Fawkes