La publicidad es el arma maldita del siglo XXI. No nos destruye instantáneamente, como una bala, una mina anticarro fabricada en McCook o una bomba nuclear; su mecánica es más sibilina, más diabólica, propia de la mente retorcida típica de un manipulador nato: la publicidad nos aplasta el espíritu, nos embota la mente, haciéndonos incapaces de poder elegir libremente qué es lo que realmente queremos atendiendo a nuestra condición de seres humanos. La publicidad nos convierte en máquinas de consumo, en meros adquirentes al servicio del círculo que es la economía de capital. Y en la oscuridad de sus despachos con sillones de piel y mesas de madera de caoba, los empresarios, afanosos, incansables, idean nuevas técnicas de captación que nos convertirán en estadísticas, deshumanizándonos. Ante esta perspectiva, ¿qué hacer? ¿huir? No, atacarles donde más les duele: en el consumo comprometido.
Guy Fawkes
viernes, 23 de marzo de 2007
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