Se suele decir que los revolucionarios son jóvenes idealistas que no saben bien qué es la vida y que, por ello, se embarcan en las más curiosas cruzadas, como podrían serlo el movimiento zapatista o la causa ingusha. Quienes así opinan suelen añadir que, una vez pasada la treintena, y mientras no se sufra el complejo de Peter Pan, todos esos revolucionarios y justicieros se acomodarán a la triste y saboría mediocridad de la sociedad, a su rutina y a un trabajo que seguramente odiarán.
A mí me han predicho ese futuro: una vida cómoda, un empleo bien remunerado y una familia de película romántica americana. Abandonaré mis sueños quijotescos, mis ideales de justicia universal, mis pensamientos utópicos y demás basura extraída de libros que jamás adornaron ni adornarán las estanterías de El Corte Inglés. Huiré de la agitación que produce el conocer de nuevos problemas y crisis sociales y me acurrucaré en mi mullido sofá para encender el televisor y sufrir ‘de verdad’ con mi equipo de football favorito. En resumidas cuentas: aceptaré la imposibilidad de solucionar nada de lo que verdaderamente importa.
Yo, aquí, ahora, y sin saber qué será de mí dentro de cinco, diez o quince años, digo que NO, que no me dejaré arrastrar por la incredulidad de la gente hacia los héroes, mártires y demás ciudadanos comprometidos con revoluciones que merecen la pena; que no me apoltronaré bajo la excusa de la dificultad o cuasi imposibilidad de variar algo el curso de la Historia; que no abotargaré mi conciencia hasta el extremo de no sentir como mías las miserias que sufren los acallados.
Tan sólo espero no equivocarme.
Guy Fawkes
lunes, 28 de abril de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)